SI NO NOS CONVERTIMOS,
PERECEREMOS.
Nadie está libre de
cualquiera desgracia,
sean estas ocasionadas por el hombre, como sabemos de algo terrible que ha
sucedido a los galileos, que estaban en el templo; esta se conoce como la
desgracia política; y también hay desgracias naturales, como los terremotos,
inundaciones, tsunami…, que producen muchas pérdidas humanas; que también
sucedieron en tiempos de Jesús, que hubo un terremoto que derrumbó la torre de
Siloe y murieron dieciocho personas. Los medios de comunicación masiva viven
siempre de la desgracia del hombre. Muchos piensan que Dios los ha castigado
por ser muy pecadores y los que no sufrimos desgracias somos los menos
culpables, o no tenemos nada contra Dios. También Jesús frente a estos hechos,
nos quiere indicar que la vida del hombre es precaria, es decir, en cualquier
momento dejaremos de existir y estaremos ante el inminente juicio divino.
Jesús nos advierte, que
si no nos convertimos pereceremos, como ellos. Todos necesitamos de conversión, Jesús,
al leer estas realidades que producen muerte y dolor, nos manifiesta que si no
nos convertimos pereceremos como ellos. Todos necesitamos de convertirnos. Jesús
quiere que todos nos salvemos, Dios nos da una oportunidad, que, si no lo
aprovechamos, será ya muy tarde, porque la muerte sorprende al pecador. Con ello
Jesús nos muestra que toda nuestra vida está montada sobre un riesgo: el juicio
de Dios que se avecina. Ante ese riesgo del juicio, solo existe una actitud, la
conversión. Queda claro, que no podemos decir que no somos pecadores, y que no
necesitamos de conversión, pues Jesús nos invita a la conversión verdadera,
para que obtengamos la salvación eterna y que nuestra verdadera realidad no
quede destruida.
Es necesario convertirse,
sabemos que todos necesitamos
convertirnos. La conversión es todo un proceso, que empieza por quitarse esa falsa
visión, de que los que han muerto eran más pecadores que nosotros, por eso Dios
los ha castigado; quitarse también esa falsa visión de que somos buenos, por
eso nada nos sucede; no hemos recibido el castigo divino de Dios. Quitar también
la falsa visión que Dios es un castigador, y que tenemos que experimentar su
bondad, misericordia y su perdón con todos nosotros. La conversión también es
la transformación de corazón, y del camino de la vida, desterrando todo tipo de
ídolos, vicios…y empezando tomar la ruta que Jesús nos ha señalado; es decir
rompiendo con todo aquello que nos impide acercarnos a Dios. La conversión significa
vivir abiertos al misterio del reino
como don de amor de Dios y como una urgencia de un cambio, para servir a los
demás. La conversión es también una gracia de Dios que toca lo más profundo del
ser de la persona, que hace cambiar la vida del pecador de manera radical,
aceptando la bondad, la misericordia, el perdón, y su mensaje de amor de Dios que
nos tiene.
Dios es paciente con el
hombre, no quiere que
seamos como una higuera estéril, para ser arrancada por no dar fruto. El labrador
suplica al dueño que le dé un tiempo más, si al remover la tierra, al abonarla,
al podarla, podría dar mucho fruto. Si no da realmente ningún fruto hay que
arrancarla. Dios es paciente con nosotros, espera que demos frutos de conversión
y hay que demostrarlo; pues no basta decir, tengo el conocimiento de Dios, conozco
la Palabra de Dios, conozco muy bien la doctrina cristiana, Dios siempre cuida
de nosotros, soy muy piadosos, es decir nada me falta; pero no hace nada por
dar frutos de conversión, por eso será arrancado. Cuáles son esos frutos de
conversión, son el reconocimiento que soy pecador, el arrepentimiento, el firme
propósito de cambiar, confiar en la misericordia de Dios que todo lo puede, en
experimentar el perdón de Dios; y en estar llenos del Espíritu Santo, como nos dice
San Pablo, para que se manifiesten sus frutos que son: amor, alegría, paz,
paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio. (Gal 5,22).
Especialmente en realizar obras de caridad, con los más necesitados.
Pbro. Salvador
A. Carrasco C.
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