¡EL PECADOR, QUEDO JUSTIFICADO!
Jesús nos da una nueva enseñanza sobre la oración, como debemos orar, sin resaltar lo que
somos, sino reconociendo con sinceridad y humildad, que somos pecadores.
Por eso nos narra la siguiente parábola, del fariseo y del publicano.
Cuando ora el fariseo, se cree justo, empieza agradecer a Dios, no lo ve como una
bondad de Dios, lo malo es que se autocomplace a sí mismo, al decir, en su
corazón, que “yo no soy” como los demás, borracho, adultero, ladrón, y otras
cosas más, ni como ese publicano, que es vividor, engañador, usurero y traidor
a su patria, al ponerse al servicio del Imperio Romano. Su soberbia, hace que
desprecie al pecador, porque se cree que es justo. Es orgulloso, al decir que “yo
doy mi diezmo”, “yo ayuno dos veces por semana”. Es vanidoso, porque se cree
que esta ya salvado por tener una santidad prefabricada. También puede pasarnos
a nosotros que formamos una comunidad, de creernos los buenos y los otros los
pecadores que ya no tiene solución, , esa ha sido la tentación del fariseo, y también
puede ser la nuestra, cuando juzgamos a los demás, y nos creemos ya
convertidos, prefabricando una falsa santidad.
Cuando ora el pecador publicano, no se atreve a levantar
la cabeza al cielo,
tiene vergüenza de sí mismo, su vida está destrozada, es rechazado por los que
se creen santos, ha fallado a su Hacedor, es un pecador, y se reconoce como
tal, por eso se golpea el pecho, y desde su corazón pide compasión a Dios, pues
ve su miseria humana, y dice: ¡Oh Dios! Ten compasión de mí que soy un
pecador”.
El pecador publicano quedó justificado, porque reconoció con humildad sus pecados, y
su condición de pecador, pero no perdono al fariseo, por su orgullo soberbia, vanidad,
pues siempre justificarse a costa de los demás, creyéndose ser el bueno. Eso
nos pasa muchas veces.
Pbro. Salvador A. Carrasco
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