¡JESÚS, SE COMPADECE!
Jesús, iba con su comitiva, y se encuentra con otra comitiva fúnebre, que se dirigen a enterrar al hijo único de
una madre viuda, que están saliendo de un pueblo pequeño llamado Nain, esta
pobre mujer perdió a su marido, su tragedia se prolonga, pues ha
perdido a su hijo único, y no solo eso, sino, que está muerta para la sociedad
judía, no tiene en que apoyarse y ampararse. Las viudas solían estar en aquel
tiempo abandonadas a la generosidad de la familia y del pueblo. La viuda muere
socialmente, no cuenta con su esposo, la tragedia se engrandece más,
pues pierde a su único hijo, su única esperanza, su único apoyo.
Jesús es fuertemente conmovido por el dolor de esta pobre mujer y se
compadece de esta pobre viuda, que vive su tragedia, su propio dolor, vive la
pérdida de su ser querido, su desolación y abandono de los suyos. Jesús
conmovido…se acerca y le dice “No llores” y dirigiéndose al muchacho le
dice: “Muchacho a ti te digo, levántate, ”estas palabras de Jesús están
llenas de vida, están llenas de fuerza y llenas del Espíritu de Dios. Al
momento el muchacho se levantó y se puso a conversar, Jesús se la entregó a su madre;
pues también como dice San Agustín, hay muchos que están muertos por el pecado,
y necesitamos que Jesús nos diga: “Levántate…” Es la gracia de Dios, que
necesitamos todos, para levantarnos. No como las noticas malas, que solo viven
de la tragedia humana exacerbando el mal que nos afecta. Nos devuelve a la vida
de gracia, y no estamos solos, pues así como el joven ahora acompaña a su
madre, así también a nosotros nos acompaña Dios, que es nuestro gran apoyo.
Jesús, es el Señor de la
vida, que ha cambiado el llanto en alegría, el dolor en gozo, a una comitiva
entristecida, hace que cante y alaben al Señor, volviendo a sus casas, por el
gran milagro que había visto un pueblo entero, que queda deslumbrado ante el
poder de Dios. El dolor ha dejado paso al asombro, al estupor y a un júbilo
incontenible. Pero más que admiración por la dicha de un hijo muerto que es
devuelto a su madre, hay aquí una especie de temor religioso y una certeza que
embriaga a todos: "Un gran profeta se ha levantado entre nosotros y Dios
ha visitado a su pueblo".
La fama del milagro de
Naím se extendió
inmediatamente por todas las comarcas de Galilea y Judea. Este episodio, que
tanto impresionó al pueblo, nos recuerda que Alguien, que no es de este mundo,
nos ha visitado, que está con nosotros -"Yo estaré con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo", prometió el Señor (Mt 28,20)- y al que
podemos acudir en nuestros apuros espirituales y materiales.
Pbro. Salvador A.
Carrasco C.
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