¡OH DIOS, TEN COMPASIÓN DE MI!
Jesús nos da una nueva enseñanza
sobre la oración, el domingo pasado nos enseñó
como perseverar en la oración, y ahora nos enseña, como debemos orar, sin
resaltar lo que somos, sino reconociendo con sinceridad y humildad, que hemos
ofendido a Dios y que somos pecadores. Por eso nos muestra el modo de orar
interiormente con el corazón, narrando la siguiente parábola, del fariseo y
del publicano.
La oración del fariseo,
empieza agradeciendo a Dios, eso está bien, pero busca su propio dios, que es
él mismo, al decir, en su corazón, que “yo no soy” pecador, como aquel, borracho, adultero,
ladrón, y otras cosas más, ni mucho menos que ese traidor que es el publicano
que ha traicionado a su pueblo, al ponerse al servicio del imperio romano,
despreciando al pecador, se cree justo así mismo, y busca su justicia
contraponiéndose a los demás que son
pecadores; y añade algo más,
diciendo yo doy mi diezmo, y ayunos dos veces por semana, incluso ayuda a los pobres; muchas veces
caemos en esta actitud como el fariseo exigiendo a Dios que pague nuestra
factura; tenemos que cuidarnos mucho para alcanzar el perdón de Dios.
El publicano,
tiene vergüenza, de levantar la cabeza al cielo, tiene vergüenza de su vida
pasada, pues es un pecador, y se reconoce como tal, que no puede salir de su situación; por eso se
golpea el pecho, y desde su corazón pide compasión a Dios, de su miseria, como
hombre pecador.
Dios perdona, y
se apiada del publicano, porque reconoció con humildad su pecados, y su
condición de pecador, pero no perdono al fariseo, por su orgullo soberbia, que
quería justificarse a costa de los demás, creyéndose ser el bueno, como
aquellos que salen de la misa tal como ingresaron. Eso nos pasa muchas veces.
Debemos de orar con sinceridad y
con un corazón límpido, pues esto agrada a Dios, un corazón sincero.
Pbro. Salvador A. Carrasco
Castro